Y se la debo a Wharton, pero mañana voy.
Hoy fue la perdida total. Total. Como nunca. En todo el camino, desde que arranqué, vi dos marcas de Huella Andina y hay muchas sendas, muchas bifurcaciones, muchos caminos. Algunos caminos vecinales de ripio, otros de tierra, muchos caminos cerrados con tranqueras que terminan en campos de espinos. Campos de nada y con nadie.
La mañana en lo de Abraham Troncoso fue inmejorable, como ayer. Gente única. Como buenos chacareros amanecimos a eso de las 6… 6 y media. No porque nos acostáramos a la hora de las gallinas. Nada que ver. Comimos un tuco super especial con un pollo que Don Troncoso había desplumado ayer mismo en la mañana. Y el pan casero. En su cabaña calentita por la cocina a leña.
Esta mañana, después del mate, ensilló las yeguas, una para él y la zaina que es brava y bruta como ella sola, o como yo también, para mí. Fuimos a los corrales de las vacas y a ordeñar tres vacas, porque les hace bien, y para que el ternero se amanse, y además para tomarnos la leche fresca. Qué rico todo.
Primero amarra la vaca y le ata las patas, y después enlaza un ternero y lo pone a tomar un poco la teta, y ordeña esa vaca. Después lo mismo con otra. Y después nos llevamos un balde lleno de leche y tomamos té con leche, con más pan casero.
Armé la mochila, desarmé la carpa, llegó Facu, el hijo de Troncoso de 15 años que vive en Bolsón con su mamá y yo me despedí a los abrazos de todos y empiné la primera senda hacia arriba. Esa, a pesar de no ver marcas, una sola, le llevé bien porque me habían señalado más o menos para qué dirección. Salí bien. Sube al ripio que va hacia el lago Escondido, todas tierras compradas por el millonario Lewis. Llegué al guardaganado como estaba previsto, y a partir de ahí, no llegué a ninguna parte a la que tuviera que llegar. Me mandé re mal. No sabía por dónde había que entrar o bordear el guardaganado, así que seguí de largo por el ripio, y decidí que bueno, como el camino de Wharton estaba en el ripio a lo mejor sería lo mismo dar toda la vuelta, aunque caminar por el ripio es re choto y te calienta la planta de los pieses. Llegué a una casa enorme que debe ser de este gringo millonario, Lewis, y que da al Lago Escondido, y ahí se acabó el ripio. Había hecho como 3 km ya demás para ese lado. Vi a dos mujeres y les pregunté si por ahí podía llegar a lo de Wharton. Me dijo que no. Que era para el otro lado, que debía ir para el sur, y que por ahí iba para el norte. Empecé a volver por el puto ripio, viendo en reversa el camino que había hecho, y en eso escuché un motor. Era una de las mujeres en un cuatri que me sugirió un camino para llegar a lo Wharton. Me subí al cuatri y me acercó hasta donde iniciaba otra senda, de ripio también, pero en desuso. Me dijo que caminara bordeando el alambrado y que al cabo de unas cuatro horas llegaría a un camino del mismo ancho pero no enripiado, sino de tierra, y que por ahí no había pierde, que tomara ese camino a la derecha y que ese me iba a llevar al Perito, y que ahí había una cabañita, y que ahí preguntara. Encaré entusiasmada. No era la senda de la Huella Andina, pero lo lamento, yo a la senda de la Huella Andina, en esta parte, no la encontré. Y esta mujer, que vive ahí, me dijo que una vez intentaron hacerla con su hermana y tampoco la encontraron. Así que encaré por esa rutita enripiada hasta el final. Cuatro horas? Fueron como seis! Y yo sin mucha agua. Y ni un río, ni un arroyo. Vi al Pedregoso, supuestamente yo tenía que llegar hasta la naciente y lo vi desde muy arriba, pero yo cada vez más arriba y el Pedregoso cada vez más abajo. Tampoco nunca vi el camino de tierra que debía salir a la derecha así que yo seguía firme por el enripiadito y si había que cruzar una tranquera, la cruzaba, y si había que saltar un alambrado, lo saltaba.
El enripiadito terminó en un circuito de carreras de karting abandonado, y yo terminé en una parva de abrojos. Tenía abrojos hasta en el culo, y no es verso, cuando lavé los calzones pude constatarlo. Desde el abrojal vi que pasaban autos. La ruta! No sabía ni qué ruta era ni para dónde iba. Puse la brújula y justo en ese punto me señalaba más o menos este-oeste. Yo quería ir para el sur, así que la brújula no me respondía como yo especulaba. Pero igual, salté los alambrados, y a la ruta, alguno me va a parar dije. Traté de sacudirme un poco el terral y acomodarme el pelaje, me saqué el sombrero que aunque lo lavé ya está muy deslavado, y me dejé los anteojos que uso para ver las marcas que van siendo cada vez más invisibles, para dar un aire más adulto, serio, intelectual.
Pasó como una hora y ya me tuve que poner el chaleco porque enfrescaba y empecé a mirar alrededor a ver adónde podía armarme la carpa para pasar la noche. Sin agua. Me quedaba menos de cuarta botella de plástico. Y bueno, pero con tanta leche que había tomado en la mañana, y mate, no me iba a deshidratar por una noche.
Al final y caída de Puerto Montt, paró una estanciera. El padre enseñándole a conducir al hijo. Tan buena onda que cuando les conté que voy caminando hasta el Futalaufauquen, me querían llevar porque ellos mañana salen para allá. Me preguntaron adónde iba, y yo les dije que ni idea, que primero me dijeran adónde iba esa ruta. Me dijeron que para el Bolsón. Así que les dije que estaba muy bien, que yo también podía aterrizar esta noche en el Bolsón. Y acá estoy. En un camping, Refugio Patagónico. No quiero ni ir al pueblo. Camping con wifi para comunicarme que ya hacía más de una semana que no lo hacía, y para descansar.
Llegué fastidiada y casi decidida a decir “hasta aquí llegué”, o para mí, “la Huella Andina hasta aquí llegó”, pero no. Ahora que estoy acá, que ya me bañé y me lavé el pelo y la ropa, que fui a un supermercado y compré jabón y crema que ya no tenía y andaba con la piel hecha escamas, lo tengo decidido. Yo sigo, y mañana voy a ir a lo de Wharton.
Hoy debían hacerse unos 19 km. Cuántos hice? Más? Menos? No sé.
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