jueves, 31 de enero de 2013

Etapa 17-De Troncoso a Wharton y la pifié. Llegué a Bolsón





















Y se la debo a Wharton, pero mañana voy.
Hoy fue la perdida total. Total. Como nunca. En todo el camino, desde que arranqué, vi dos marcas de Huella Andina y hay muchas sendas, muchas bifurcaciones, muchos caminos. Algunos caminos vecinales de ripio, otros de tierra, muchos caminos cerrados con tranqueras que terminan en campos de espinos. Campos de nada y con nadie.
La mañana en lo de Abraham Troncoso fue inmejorable, como ayer. Gente única. Como buenos chacareros amanecimos a eso de las 6… 6 y media. No porque nos acostáramos a la hora de las gallinas. Nada que ver. Comimos un tuco super especial con un pollo que Don Troncoso había desplumado ayer mismo en la mañana. Y el pan casero. En su cabaña calentita por la cocina a leña.
Esta mañana, después del mate, ensilló las yeguas, una para él y la zaina que es brava y bruta como ella sola, o como yo también, para mí. Fuimos a los corrales de las vacas y a ordeñar tres vacas, porque les hace bien, y para que el ternero se amanse, y además para tomarnos la leche fresca. Qué rico todo.
Primero amarra la vaca y le ata las patas, y después enlaza un ternero y lo pone a tomar un poco la teta, y ordeña esa vaca. Después lo mismo con otra. Y después nos llevamos un balde lleno de leche y tomamos té con leche, con más pan casero.
Armé la mochila, desarmé la carpa, llegó Facu, el hijo de Troncoso de 15 años que vive en Bolsón con su mamá y yo me despedí a los abrazos de todos y empiné la primera senda hacia arriba. Esa, a pesar de no ver marcas, una sola, le llevé bien porque me habían señalado más o menos para qué dirección. Salí bien. Sube al ripio que va hacia el lago Escondido, todas tierras compradas por el millonario Lewis. Llegué al guardaganado como estaba previsto, y a partir de ahí, no llegué a ninguna parte a la que tuviera que llegar. Me mandé re mal. No sabía por dónde había que entrar o bordear el guardaganado, así que seguí de largo por el ripio, y decidí que bueno, como el camino de Wharton estaba en el ripio a lo mejor sería lo mismo dar toda la vuelta, aunque caminar por el ripio es re choto y te calienta la planta de los pieses. Llegué a una casa enorme que debe ser de este gringo millonario, Lewis, y que da al Lago Escondido, y ahí se acabó el ripio. Había hecho como 3 km ya demás para ese lado. Vi a dos mujeres y les pregunté si por ahí podía llegar a lo de Wharton. Me dijo que no. Que era para el otro lado, que debía ir para el sur, y que por ahí iba para el norte. Empecé a volver por el puto ripio, viendo en reversa el camino que había hecho, y en eso escuché un motor. Era una de las mujeres en un cuatri que me sugirió un camino para llegar a lo Wharton. Me subí al cuatri y me acercó hasta donde iniciaba otra senda, de ripio también, pero en desuso. Me dijo que caminara bordeando el alambrado y que al cabo de unas cuatro horas llegaría a un camino del mismo ancho pero no enripiado, sino de tierra, y que por ahí no había pierde, que tomara ese camino a la derecha y que ese me iba a llevar al Perito, y que ahí había una cabañita, y que ahí preguntara. Encaré entusiasmada. No era la senda de la Huella Andina, pero lo lamento, yo a la senda de la Huella Andina, en esta parte, no la encontré. Y esta mujer, que vive ahí, me dijo que una vez intentaron hacerla con su hermana y tampoco la encontraron. Así que encaré por esa rutita enripiada hasta el final. Cuatro horas? Fueron como seis! Y yo sin mucha agua. Y ni un río, ni un arroyo. Vi al Pedregoso, supuestamente yo tenía que llegar hasta la naciente y lo vi desde muy arriba, pero yo cada vez más arriba y el Pedregoso cada vez más abajo. Tampoco nunca vi el camino de tierra que debía salir a la derecha así que yo seguía firme por el enripiadito y si había que cruzar una tranquera, la cruzaba, y si había que saltar un alambrado, lo saltaba.
El enripiadito terminó en un circuito de carreras de karting abandonado, y yo terminé en una parva de abrojos. Tenía abrojos hasta en el culo, y no es verso, cuando lavé los calzones pude constatarlo. Desde el abrojal vi que pasaban autos. La ruta! No sabía ni qué ruta era ni para dónde iba. Puse la brújula y justo en ese punto me señalaba más o menos este-oeste. Yo quería ir para el sur, así que la brújula no me respondía como yo especulaba. Pero igual, salté los alambrados, y a la ruta, alguno me va a parar dije. Traté de sacudirme un poco el terral y acomodarme el pelaje, me saqué el sombrero que aunque lo lavé ya está muy deslavado, y me dejé los anteojos que uso para ver las marcas que van siendo cada vez más invisibles, para dar un aire más adulto, serio, intelectual.
Pasó como una hora y ya me tuve que poner el chaleco porque enfrescaba y empecé a mirar alrededor a ver adónde podía armarme la carpa para pasar la noche. Sin agua. Me quedaba menos de cuarta botella de plástico. Y bueno, pero con tanta leche que había tomado en la mañana, y mate, no me iba a deshidratar por una noche.
Al final y caída de Puerto Montt, paró una estanciera. El padre enseñándole a conducir al hijo. Tan buena onda que cuando les conté que voy caminando hasta el Futalaufauquen, me querían llevar porque ellos mañana salen para allá. Me preguntaron adónde iba, y yo les dije que ni idea, que primero me dijeran adónde iba esa ruta. Me dijeron que para el Bolsón. Así que les dije que estaba muy bien, que yo también podía aterrizar esta noche en el Bolsón. Y acá estoy. En un camping, Refugio Patagónico. No quiero ni ir al pueblo. Camping con wifi para comunicarme que ya hacía más de una semana que no lo hacía, y para descansar.
Llegué fastidiada y casi decidida a decir “hasta aquí llegué”, o para mí, “la Huella Andina hasta aquí llegó”, pero no. Ahora que estoy acá, que ya me bañé y me lavé el pelo y la ropa, que fui a un supermercado y compré jabón y crema que ya no tenía y andaba con la piel hecha escamas, lo tengo decidido. Yo sigo, y mañana voy a ir a lo de Wharton.
Hoy debían hacerse unos 19 km. Cuántos hice? Más? Menos? No sé.

Etapa 16-De camping Kaleuche a Chacra Santa Lucía y de ahí a Troncoso.





















Inmejorable en cuanto a la sociabilización sobre la Huella Andina. En el camping Kaleuche hablé muchísimo con Quique, un montañista tan amable y agradable. Me invitó a volver, como invitada del camping, y creo que voy a volver porque el lugar es paradisíaco y la paz total, y el entorno ayuda. Salí rumbo al Mallín Colorado. Se sale por detrás del camping y se empieza a remontar una loma pasando por una aserradero que está a unos 2000 metros. La gente del aserradero me señaló por dónde subía la senda. Hay mucha tala de árboles y se abren picadas, o símil, que puede confundir, pero la senda es bastante clara. Se sube un trecho considerable. Más o menos es una hora de subida. Por el camino, pasan bueyes que acarrean troncos, en mi caso, venían de bajada; dos leñadores o madereros, arriando dos bueyes que en medio traían una ristra de troncos. Al final de la subida, o casi al final, se llega a una pequeña casita que debe ser de los leñadores. En ese preciso lugar no vi una marca clara. Varias veces sucede que hay caminos alternativos, izquierda o derecha. Yo hoy, luego de las perdidas marca chifle de ayer, opté por la histórica buscar la marca sin la mochila puesta. Dejaba la mochila en un lugar y caminaba por un lado y por el otro, hasta encontrar la marca que por suerte en alguno de los lados, aparecía. Lo mismo me sucedió varias veces. Hay que cruzar varias tranqueras. Están señalizadas. Se agarra un camino vecinal de ripio, durante más o menos una hora más, o un poco menos. Hay algunos árboles a la vera del camino, lo que no lo hace tan denso. Después hay un camino ancho que sirve de cortada, de atajo, y que sale a otro ripio con varias tranqueras más y carteles de propiedad privada, prohibido pasar, pero hay que pasar, así que desobediencia total a la prohibición y pasamos como Pancho por su casa. En el ripio, este segundo camino vecinal más duro, a pleno sol, no anda ni un alma. Al cabo de una hora más se pasa por un establecimiento llamado Ayelén, hay que seguir y al rato se cruza el arroyo Coronel, antes lo hemos cruzado, cerca de Ayelen, por un puente vehicular. Yo a la primera, lo crucé mal, por la parte equivocada, y llegué a una casa donda había un par de gallos y un perro que me miraba de reojo. Pensé que ahí era Santa Lucía, pero no era. Busqué marcas, no encontré, y di marcha atrás. El cruce del arroyuelo era a pocos metros antes, y estaba la marca pintada en una piedra. Después de cruzar el arroyuelo, la Huella se vuelve benévola y transita por camino blando y bordeado de pinos. Muy refrescante y al poco de caminar por ahí, se llega a la Chacra Santa Lucía. Hay una casa llena de flores y una señora que mira sin pestañear y no habla. En la segunda casa viven los caseros. El hombre, muy atento, me recibió, me dijo que era ahí, que a veces han parado acampantes. Como era temprano y me había ido bien, decidí continuar hasta la próxima casa, el próximo poblador. Me lo había sugerido Quique y significaba que me adelantaba un poco de camino para mañana que quiero alcanzar Wharton y que ya vadeaba de una vez el río Foyel que tiene fama de ser impracticable en primavera. Afortunadamente el río estaba bien. Un poco más arriba de la rodilla, y ancho, pero practicable. Llegué a lo de Troncoso. Estaba Abraham, que desde toda la vida ha vivido acá, y Toti (Toribio), un ayudante. Felices de recibirme y de que acampe en su propiedad. No quieren cobrar. Me recibieron con tortas fritas y mates. Estaban construyendo un baño, y en ese momento en que yo llegué, haciendo un receso. Al menos alguien que nos viene hacer un poco de compañía, dijeron. Charlamos un rato. Me fui a bañar y a lavar la ropa al río, a 150 metros de la casa. Es una cabaña encantadora. Yo armé mi carpa azul, cerca. Hay vacas, tomamos leche de vaca con tortas fritas. Hay ovejas, caballos, y adentro de la cabaña una cantidad impresionante de cueros de puma, zorro, gatos monteses, cabezas de jabalíes. Abraham dice que los ha venido cazando cuando empiezan a merodear los alrededores y le matan las ovejas. Impresionante el puma, y yo haciendo guardia con un tramontina, ni cosquillas en una uña le hubiera hecho.
Este es un lugar para quedarse. Yo lo sugiero. Es hermoso. Hay onda. La gente está encantada de que alguien pare. Dicen que soy la primera que pasa por acá haciendo la Huella Andina.
Creo que es buena idea hacer noche acá y de acá seguir a Wharton sin subir al Perito Moreno, donde según me explicó Quique lo único que hay es un centro de esquí cerrado por fuera de temporada. De sólo imaginarme que sería como llegar al Cerro Bayo, decido intentar alcanzar Wharton. Abraham ha dicho que me encaminará. Hay buena parte de ripio también mañana.
Es mucho más fácil perderse, confundirse, digamos, en estas áreas rurales. Habría que poner más marcas porque por la sociabilización del paisaje, aparecen muchas bifurcaciones que confuneden. Todo el tiempo. Incluso para bajar al Foyel desde Chacra Santa Lucía, al final de la huella ancha, hay varias senditas que bajan al río. Yo iba a bajar por la derecha, pero se medio por bajar la mochila y pispear a la izquierda, y era por ahí, por la izquierda. Llegué bien. Y estoy fenómeno.
Hasta la Chacra eran 14 km y de la chacra hasta acá serán 3 o 4 km más. 17.5 km, pongamoslé.

Etapa 15-De Lago Steffen a Camping Kaleuche

































Y yo pensé que iba a ser más fácil. La señalítica indica (ica-ica) que son 3 horas de camino y solamente 15 km, para mí fueron más o menos 30 km y 6 horas. Un garrón. Y yo que me jactaba de no perderme. De entrada nomás. La Huella dícese arrancar cerca de la casa del guardaparque, allá fui. Había algunas marcas. Algunas. Muy poco después de pasar la casa del guardaparque hay un cartel que dice que la ruta 40 está a 7 km de ahí. Algo me decía que tenía que subir por esa ruta, creo que hubiera llegado mucho más rápido. Era un camino de tierra para autos, pero la Huella Andina, supuestamente, no iba por ahí; supuestamente agarra por un camping agreste de nombre algo “araucana”? Todavía me lo pregunto. Yo me mandé por ahí y juro que vi un par de marcas, pero tras mucho caminar y tras mucho agarrar bifurciones de sendas donde no sabía muy bien cuál o cuál, pero en definitiva siempre encontraba marcas, me encontré a la vera del río Manso, que es hermoso, y al que debía seguir, pero me parecía que yo lo iba remontando, en contra de la corriente -qué raro-, cuando la lógica indicaba que debía bajarlo según sus aguas hasta la confluencia con el río Villegas. Héte aquí, que al cabo de una hora, ya con un mareo marca chifle, me encuentro con una familia acampando en un páramo, y se me dio por preguntarles. Yo creí que ellos estaban locos, además de equivocados, me decían que iba justo al revés, que al cabo de 300 mestros me encontraría otra vez con la casa del guardaparque. No sé dónde mierda di mal la vuelta o agarré la chota bifurcación errónea, pero los tipos tenían razón. Pegué la vuelta y deshice caliente y a las zancadas, buena parte del sendero. No sé cómo, no tiene lógica –será cosa de duendes?- pero en un momento determinado, me di cuenta que estaba en otro lado, que el camino había cambiado y que había un cartel de “cuidado, animales sueltos”, cartel que antes no había visto. Llegué a una tranquera cerrada con cadena y candado, camping no sé qué, Manzano, las llaves estaban puestas así que abrí el candado, salió un hombre y me aconsejó cargar agua y que la Huella era por allá, del otro lado del alambrado. Seguí la senda. Era clara; clara hasta que llegó a otro alambrado completamente y herméticamente cerrado por todos lados y donde no había ninguna señal de si había que cruzarlo, saltarlo, bordearlo, pasarlo por abajo. Yo me saqué la mochila, la revoleé por arriba del alambre y después me colé yo entre los mismo y seguí por el único camino visible. Este sendero dura una eternidad, de vez en cuando había una marca dudosa. Sube, y sube bastante. Subida no anunciada ni prevista. De golpe aparece una pradera, verde y salpicada de rosas mosquetas con un palo en el medio con las marcas de la Huella Andina pintadas y una cabeza de toro encima. La pradera, las rosas mosquetas, y el palo con el cráneo ese ahí en el medio. Ni señales de por dónde se metía la senda para seguir. Deambulé con por todos los wines con la mochila puesta. Caliente. Había unas ovejas pastando y un caballo manso que me seguía. Por ahí, en un rinconcito, sobre la izquierda, vi que salía una picada, así que fui a buscar la mochila y me mandé por ahí. Esta senda luego va a parar a un bosque manso, y luego termina en otra pradera donde no hay no ovejas no caballos, hay una casita de madera abandonada que quedaba a mis espaldas y sobre mi izquierda. De frente y también sobre la izquierda, sale un camino vehicular completamente abandonado. Lo tomé. Otro error. Pero no hay ni una señal que indique por dónde. Seguramente, o casi, ya hoy no estoy segura de nada, el vehicular en desuso que hay que tomar, sale sobre la derecha y hacia la derecha, como quien dice en dirección adonde nos separamos del río. Yo debo haber ido exactamente alrevés. Todavía me lo pregunto. Caminé como una hora. Escuchaba que la ruta iba cerca, paralela. Pensé que quizás iba en dirección contraria, pero no quería separarme de la ruta, porque a la ruta tenía que llegar para luego, desde la gendarmería de Villegas, tomar el ripio al camping Kaleuche. Cuando este camino antiguo vehicular terminó, no me quedaron dudas de que iba recontra errada. Había una tranquera infranqueable, como de tres metros, con doble cadena y doble candado. No iba a volver atrás. Nada más triste que un peregrino regresando, marcha atrás. No. Alcé la mochila por encima de mi cabeza y como pude me trepé a la tranquera. Pasé la mochila con sumo placer y encanto para que nada se rompa y la dejé caer un poco, suavemente. Luego me trepé a la tranquera y pasé para el otro lado. Ahí estaba al fin, la ruta. Caminé por la ruta 40. Horrible caminar por la vera de la ruta y perdida, peor. Le hice señas a un par de auto de bajar la velocidad, aunque sea para preguntarles para qué lado quedaba Villegas. Al final paró un colectivo de Via Bariloche. Era para el otro lado, y a 3 km. Crucé la ruta y encaré.  Hice dedo, pero era difícil que alguien pare. Una pareja piola, lo hizo, y me alcanzó por lo menos 1 km que todavía me faltaba hasta el nexo con el ripio, enseguida de la gendarmería. Y ahí otra vez a patear, 6 km hasta el camping Kaleuche, pero ya estaba, había un cartel que indicaba que a 6 km, el Kaleuche -la nave de los locos- estaría. En un momento, un camión con fardos de pastos, se detuvo en una esquina donde esperaban unos chicos. Justo yo iba ahí, así que le dije al tipo, yo voy al Kaleuche y no sé de dónde saqué fuerzas, pero en menos que canta un gallo, alcé a upa a todos los pibes para subirlos al camión, revoleé la mochila y me subí yo también.
Ya en el Kaleuche he conocido a Quique, un personaje. Dueño junto a su familia de este lugar que es hermoso. Muy buen gusto en todos los detalles de la decoración y ambientación, y muy buen gusto en las empanadas de carne de cordero y las tarteletas vegetarianas. Hacen licores y dulces caseros, y otras cosas artesanales, todo muy lindo, y muy rico. Tengo luz, enchufe, hay caballos y gatos, y el río Manso, discurre mansamente a pocos pasos de mi pequeña casa azul.
Fue una caminata a tras mano, contra la corriente, pero con un final que merece la pena.